La más famosa prueba de carretera es el Rallye de Montecarlo. Cualquier piloto y marca que se precie
debe tener el Montecarlo en su
palmarés, y las marcas incluso han llegado a valorar mas el triunfo en esta
prueba que el propio campeonato.
Ya ha pasado la celebración de su centenario y en 1911, cuando los organizadores crearon la prueba, ni siquiera pensaron en una
competición deportiva, sino en un encuentro que servirá para atraer turistas al
Principado en invierno. El automóvil era el elemento diferenciador de los más
afortunados de la época y se pensó en organizar un rallye, que en ingles significa encuentro, para atraer a
intrépidos automovilistas de todos los lugares de Europa.
El concepto de competición propiamente dicho no exista y la dificultad (y el
atractivo) radicaba en superar un kilometraje muy elevado en aquellos tiempos y,
sobre todo, vencer las dificultades que el invierno suponía para la conducción.
Exista, eso si, una clasificación en la que los criterios objetivos (distancia
recorrida) desde el punto de salida o promedio realizado) pesaban menos que
otros subjetivos, como el confort, la elegancia, la presentación, el estado de
la mecánica o los pasajeros transportados.
Estos criterios dieron la
victoria a Henry Rouiger y su Turcat-Mery en 1911, pero, en 1913, el rallye dejo de celebrase. En 1923 se
recupero y el reglamento vario sustancialmente al introducirse un recorrido de
regularidad común para establecerse la clasificación.
Las ciudades de salida se multiplicaron y el kilometraje aumento, mientras que
el reglamento continuaba evolucionando y el número de practicantes crecía de
forma espectacular. El Automobile Club de Mónaco llego a recibir mil solicitudes
de participación en 1950.
La gran leyenda de Montecarlo se forjo, sin embargo, en los años
sesenta con la aparición de los equipos oficiales (el primero fue Renault, en
1958)) y la introducción de las pruebas cronometradas como único criterio de
clasificación junto a las penalizaciones en los controles horarios. Eric
Carlsson dio dos victorias consecutivas a Saab, pero fueron sobre todo las de
los famosos Mini las que hicieron que la prueba acaparara la atención mediática
en todo el mundo. Los primeros años setenta estuvieron marcados por el duelo
entre Lancia, Alpine y Porsche. Fue también en estos años cuando el recorrido
final, muchas veces nocturno, incluyo varias pasadas por el tramo del puerto de
Turini, de forma que la última etapa empezó a llamarse, La noche de Turini.
En 1978, se registro un hecho atípico. La victoria de un piloto privado, Jean
Pierre Nicolás, por delante de los oficiales de las marcas. El inicio de los
ochenta estuvo marcado por el dominio del alemán Walter Rhorl y la llegada de
los monstruosos, los coches del Grupo B, con motores turbo de 400 caballos y
tracción a las cuatro ruedas. A partir de 1987, estos coches fueron prohibidos
por la Federación, que limito los rallies a los turismos. Fueron años de dominio
Lancia, que no tuvo rivales en la prueba hasta que, en 1991, con su flamante
titulo de Campeón del Mundo en el bolsillo, el español Carlos Sainz triunfo con
Toyota.
A finales de los noventa, el Rallye de Montecarlo cambio por completo su
fisonomía debido a la decisión de la Federación de armonizar las pruebas del
campeonato. Los reconocimientos y las asistencias se limitaron, desapareció el
recorrió de concentración y se redujeron los tramos y su kilometraje. Pero, pese
a ello, la magia de la carrera perduro.
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